martes, 15 de diciembre de 2009

LETRA Z por el escritor Félix de Azúa



ZETA. Es la última letra de nuestro alfabeto y transcribe la sexta del alfabeto griego dzeta. 


En las historietas de dibujos, la zeta representa el suave ronquido de los durmientes: ZZZZZZZZZZZZZ. Ignoro el origen de este grafismo, pero lo intuyo inspirado por el sonido de un serrucho cuando se aplica al madero. En otros tebeos he visto que al durmiente se le dibuja sobre la cabeza una sierra en trance de aserrar un tronco, y, flotando como una nube, el grafismo ZZZZZZZZZZZZZZ.Siendo así que en castellano  se dice "dormir como un tronco". Aunque no he encontrado explicación alguna en los múltiples -e incompetentes- diccionarios que he consultado, es probable que se asocie el ronquido del duermiente (del tronco) con el ruido que produce la acción de serrar.
De modo que la zeta simboliza, en nuestros días, al durmiente. Recordará el lector que la letra A simbolizaba lo originario, pero que se había producido una inversión, de manera que en la actualidad podíamos afirmar que la letra A era la última de las letras del alfabeto. Por lo mismo, la zeta se ha convertido en la primera y nos determina como durmientes o como adormecidos.
En fránces se dice "être fait comme un Z". Éste es el aspecto complementario de la zeta: cuando despertamos de nuestro sueño nos vemos contrahechos y deformes una caricatura, así que volvemos a dormirnos a toda velocidad.
Es díficil mantenerse despierto mucho tiempo. a la que uno abre los ojos, el bombardeo es insoportable: toenladas de cadáveres nos asaltan desde el televisor. A todo color.
Y luego, esos locutores y esas locutoras. Del mismo color que los cadáveres.
Y esos deportistas. Y los ministros.Y los niños que comen desesperadamente yogurs.
Así que volvemos a dormirnos, es preferible dormir. ZZZZZZZZZZZ.
Si lográramos mantenernos despiertos un poco más...
Sólo el tiempo necesario para ver qué tiempo hace. Pero es muy difícil.
Los actuales vivimos dormidos (por lo general delante de un televisor) y cuando salimos a la calle seguimos dormidos y no vemos sino lo que viene en el televisor: mujeres rubias altísimas, niños que beben muchísima leche, hombres muy pintados al volante de automóviles que cruzan el desierto y la jungla, y muchos cadáveres.
Si logramos llegar a nuestro lugar de trabajo, nos dormimos delante de hombres y mujeres infantiles que se dan empujones, cuentan chistes, hablan de deportes y se encierran en los lavabos durante horas.
Volvemos a casa y nos tendemos a dormir delante del televisor.
No es la primera vez que suceden estas cosas. Otros pueblos acumularon tal cantidad de poder y levantaron tanto temor y tanto odio entre los restantes pueblos de la tierra, que también se adormecieron delante de sus monumentos fúnebres y soñaban con hombres y mujeres siempre jóvenes que se les ofrecían una y otra vez a cambio de una sopa o de un viaje con hotel pagado. Y mientras ellos soñaban, sus esclavos avanzaban hacia sus gargantas con el mullido paso de los felinos.
La condición para permanecer despiertos un poco más de tiempo es no ponernos delante de nuestro monumento fúnebre. Si logramos tirar el televisor por el hueco de la escalera ya hemos ganado mucho tiempo de despertar.
Es duro. Es incluso injusto. Pero no queda más remedio. Es imprescindible tirarlo. ¡No venderlo! ¡No regalarlo! Tirarlo.
Quienes han tirado su televisor son capaces de oler el cerebro de quienes no han tirado su televisor. Huele a gasolina, a yogur, a queso y a muerto, todo junto.
Una vez tirado el televisor, regresan olores perdidos y personas desparecidas. Tras una primera etapa de desintoxicación francamente severa, se sorprende uno en compañia de otros. Al lado. O enfrente. O encima o debajo. en corro o todos juntos y revueltos. Se puede jugar al parchís.
Tú, lector mío, has preferido leer estas páginas. Has hecho bien, permíteme que te lo diga.
Y ahora, adiós. Hemos psado un rato conversando. Yo hablaba y tu me discutías. Ambos imaginábamos.
entre los dos hemos pintado grandes telas abstractas hemos escuchado música, hamos leido poemas, hamos viajado a la Jerusalém Celeste, hemos visto el color de la orina de los condenados a muerte. Ni tú ni yo sabemos porqué no hemos dedicado a una actividad tan improductiva. Una fiera nos espera acurrucada en el final de nuestro tiempo, y nada podemos hacer para que sus fauces dejen de ser tenebrosas.
Pero mientras hablábamos, la fiera ha tenido que esperar. La hemos distraido o despistado.
Ahora, por favor, no te calles. No te duermas. Sigue habalndo tú, y que pueda yo oirte y disputar contigo; y si no puedes hablar, dibújame algo que yo sea capaz de entender. O canta, o haz algo, ahora que me ha llegado la hora de callar.
Que haya justicia en este mundo, ya que en el otro, otras son las medidas, otros son los jueces.

Recogido del fantástico DICCIONARIO DE LAS ARTES de Félix de Azúa, publicado en 2002 por la editorial Anagrama.

http://www.elboomeran.com/blog/1/felix-de-azua/

No hay comentarios:

Publicar un comentario